Con tinta negra y empapando mi pluma en el tajo de la amargura, escribo una nota cargada de lastrozos sentimientos que se enfrentan en la mitad de la vida.
-¿Dónde estamos tú y yo?
De frente, mirándonos con buena vista, junto a la estrecha puerta, la que se angosta cada vez que deseamos cruzar, ya desde la fotografía, ya desde aquí en este ahora complicado.
Una devora a la otra con fuerza. La juventud que no repara en entusiasmos y la contundente realidad de ver desnuda nuestra tallada vejez…sí, así la llamo con todo su nombre, porque plagada de grietas profundas, se somete a un riguroso diálogo de caminos andados, desde riveras distintas. Y la misma vida no se la ve igual quién la vive y quién nos mira. Por eso, los surcos del rostro se marcan con tanto rigor en estos últimos años y no se borra el pasado mirando una foto propia.
El diálogo termina o no con uno mismo. Si termina, se afina con delicadeza lo bueno de uno, lo que del fondo del surco no cambia y entonces……se consigue pasar la angosta puerta, la que se pasa sin nada mas... que reconociendo y vuelvo a decirlo…..reconociendo, “lo bueno de uno mismo”.