Agua y Cristo, dadores de vida.

Agua y Cristo, dadores de vida.

jueves, 25 de abril de 2013

TRES CAMINOS

                                                                   "El hombre es lo que piensa en su interior" 
                                                                    Salomón.

  Lo tenía sujeto por el cuello, lo apretaba con obstinación, el aire comenzaba a escasearle y ante el abismo tan fino que separa la vida de la muerte, recordó casi asfixiado y aún con lucidez que en su bolsillo tenía un cúter que acababa de comprar y en sus últimos instantes, asestó al hoja afilada en la ingle de su verdugo. Ambos cayeron al suelo, uno desangrado en su interior y el otro con un aire nuevo que pasaba por su garganta.
Después de caminar largo rato y cuando el cielo oscurecía la ciudad, con su boca torcida de espanto se agazapó en el rincón de un viejo edificio como si la vereda hubiese llegado a su fin, la confusión lo enloquecía pues su vida se la había robado un instante inesperado. No le temía  ni al frío ni a las sombras, le temía al oscuro interior en que se hallaba. Estaba en una encrucijada, en un laberinto de soledad y silencio como un solitario personaje de una casa sin techo.
¿Cómo explicar a la familia? Eso era fácil, lo difícil se presentaba en llenar otra vez el vacío interior, de pronto no había nada adentro. El sueño lo venció, los sobresaltos cesaron pero estaba despierto frente a sí mismo.
El sonido de la sirena lo puso de pie, se le apretó el estómago, temblaba y le faltaba el aire. De pronto un extraño mal lo atacó aunque por fuera se mantuviese impávido. Negó ser el autor del crimen con un cúter. Negó y volvió a negar hasta hoy con la misma determinación con que asestó la hoja afilada.
El muerto sabía que un día  tomaría entre sus manos el cuello del que acariciaba a su esposa, los había visto, no sabía quien era hasta que un día la casualidad los puso de frente en una tarde fría. Los había visto y calló, se guardó esa imagen que temblaba de seducción con abrazos imprudentes, con ese vibrar que da la entrega pasional. El sabía que un día lo tomaría entre sus manos y soplaría sobre la encendida fiebre por su esposa sin calcular... que el fuego disparaba sus llamas y sus chispas para donde quisiera.
Mas le hubiera valido  a su corazón escupir sobre la perversa mentira que soplar sobre las llamas.
Tres personas extraviadas en distintos senderos , tres caminos que conducían al abismo.

viernes, 19 de abril de 2013

LA PARADA DEL AUTOBUS

Por la quietud en que se encuentran y las sombras tan frías, los que esperan el autobús y los árboles de la parada desarrollan en hora temprana una extraña semejanza. Como dos voces en silencio las ramas  hablan con los brazos extendidos al cielo intercediendo por la llegada del autobús y los tiesos hombres, germinan raíces interminables hacia abajo buscando el sustento. Un viejo desvelado  y arropado rompe el paisaje urbano de la esquina encantada. -¡Qué hace este viejo con bastón que no está en la cama!- grita el silencio y como si hubiese escuchado el insomne viejo mira a los ojos sospechando el pensamiento y con la robustez que le da el bastón lo levanta amenazante para explicar la veloz mudanza de los tiempos. No se inmutó ni el joven ni el árbol. La descortesía matutina a causa del frío congelaba hasta la médula.
La llegada del autobús rompe el encantamiento. El joven sube tironeando las raíces, las ventanillas chocan contra las congeladas ramas; entonces grita el árbol su contenida protesta pues es nadie en el invierno. El viejo reforzado con su rama es alguien que antes era un roble y hoy es enigma.

LOCURAS

Como un ser invisible que todo lo ve
me encontré detrás del vidrio
suspendida en medio de las aguas.
Me miraba la piedra del fondo lustroso
me peinaban las algas desveladas
y un rumor de órgano gravoso
batía, retemblaba, guiaba y conducía
no se que hechizo satisfacía los ojos.
Una gota de agua coqueteaba luminosa
y una burbuja lenta señalaba la hora
era el preámbulo del sueño vecino
el transparente rastro del descanso.

MADRE TERESA DE CALCUTA

MADRE TERESA DE CALCUTA