La Reina y el Rey, ya ancianos los dos, se sentaban cada tarde en el alcázar de la Fortaleza a ejecutar el arte del ajedrez; corría el año 1410, tiempos de Feudos.
Mientras movían las fichas, la Reina miraba a su esposo reflejado en el pulido tablero de plata y oro y luego ponía sus ojos sobre él con silencio y adoración. El Rey desde su asiento se inclinó a mover su torre y cuando levantó su pieza, el espejo del tablero le mostró otra cara de su esposa, la Reina.
Con elegancia y glamour, disculpándose un momento, decidió consultar sobre el tema, al monje de su Clero. Caracterizaba a éste rey en particular, su bondad, forjada en la justicia y la rectitud, mas esa tarde se sentía confundido.
__ Lo que usted vió hoy, respondió el monje de ilustre nacimiento, es la fidelidad del espejo. El juego le tendió a usted una celada, le mostró una percepción distinta de una misma cara.
El Rey, sin perder su paz interior, vestido con sus lujosas ropas incluida la corona y su espada, que marcan exteriormente la autoridad, respondió:
__ Yo vi entonces la belleza que otorga el buen humor y el ingenio de mi mujer. Explicó
__ La capacidad de interpretar, la tiene nuestra mente como juez final, dijo el Obispo
El rey contento volvió a su juego, con su acostumbrada sensatez.