(flashback literario) Cielo azul de Vincent Van Gogh

Las casas, la iglesia del pueblo enclavadas al pie de la montaña, tienen el azul encanto de la noche, se diría que los árboles son también azules y esconden silenciosos el murmullo de la música que sale por entre las secretas calles para treparse a las montañas, que también son azules.

Siempre hay algo que nos impide ver claramente como una nube en el ojo, tal vez ese algo, oculte tu casa o la mía, pero ni la nube en movimiento ha ocultado a las estrellas que al son del aire nocturno y cual paso de caracol, brillan sobre el diáfano azul alcanzando un tamaño irreal en amarillo y blanco. Es Venus, es la luna y otros planetas lejanos que han salido esta noche pintados por el sol, están de fiesta y sólo unas horas bailarán para mi. Hay preguntas enlazadas.

¿Es acaso mas bella la noche? o acaso ¿Es mas bello el día?

He dejado mi pregunta escrita en el cielo.

Alguien de bellos ojos azules, me acerca unas palabras, la música es bella esta noche. Estoy en Francia contemplando el cielo azul de Van Gogh.

Me tomo el buque. ( cuento breve)

Como dijo Perico, me las pico. Así habló el empleado del banco que gozaba sin saberlo, de un sobrenombre secreto ganado por piropeador incansable "El seductor". Trabajaba como burro junto con su compañero, un joven cajero que al igual que él, tenía para diciembre un agotamiento tal, que se definían a si mismos "los hechos bolsas" y encima soportaban y cargaban a su izquierda, una compañera algo maliciosa de sobrenombre Angelito. Al salir del trabajo para ir a casa, el calor de la calle era de caldera y el pobre cajero quería para esas horas, borrarse del mapa lo mas rápido posible.

Llegó a su departamento, tercer piso por escalera, metió la llave y  se quebraron sus gurdas dentro de la cerradura. Ese solo detalle lo hizo tomar una férrea determinación: "Tomarse el buque". Cuando logró entrar, rompió su chancho, contó el dinero y sin mas explicaciones a terceros armó el bolsito, cenó y durmió. Al otro día con cara de juguetería hizo su trabajo, cerró la caja y se dirigió a su jefe hablándole así:

-Hoy señor me las tomo, me rajo. No llevo reloj ni celular, tengo quince días de vacaciones y quiero que sea usted el único que sepa donde voy, por si acaso, por si las moscas...Me voy a Ipanema, a brasil. Le pido discreción.

-¡Soy una tumba! Contestó el jefe anonadado, pase y cobre su sueldo le dijo como intuyendo algo.

Y así partió mi amigo el cajero. Que nunca mas volvió...No sé que pasó, creo que vende pulseritas en la playa desde entonces. 

Cristales de Victoria (cuento infantil)

Había una vez, una niña llamada Leylen que gustaba ir de visita  a la casa de sus abuelos. Ellos vivían en Bariloche, en la isla Victoria, en una antigua casa con garaje con balcones y sótano. Para ir al fondo de la casa, bajaban por una ladera poblada de altos árboles de madera blanca, los alerces, que crecían entre piedras redondas y al final del caminito escarpado, una hilacha de río hacía un ruido a vidrios rotos todo el tiempo.Leylen soñaba con ir sola a visitar a sus abuelos porque a la hora de la siesta, bajaría al río a escucharlo y a beber su agua.

¡Llegó el día de sus sueños! Después de almorzar, simuló dormir la siesta, y...en punta de pies escapó por la ventana, descalza y directo al río. Metió los pies y con sus manos alzó un poco de agua que bebió, al instante, un viento gélido sopló y trajo consigo huemules de pequeños tamaños que flotaban en el aire a su alrededor con hocicos y ojos brillantes.

Del susto que tuvo corrió a esconderse en el hueco de un tronco caído, se refregó los ojos para ver si su visión desaparecía y al hacerlo se soltaron miles de estrellitas convirtiendo el día en noche, los huemules iluminaron sus ornamentos y un aullido sonoro escuchó. Era su abuelo que la buscaba, pero su voz era mas bien un bramido. Leylen acurrucada  y con frío vió que sus pies estaban cubiertos de hojas, quiso sacarlas y no pudo, tomó coraje y a tientas fue al hilachoso río a lavarse. Como veía poco, refregó de nuevo los ojos y al instante se hizo de día. Entró al río, quitó las hojas de los pies pero se le pegaron en las manos, la inquietud la atosigaba, miró a los huemules y ellos le indicaron una piedra.

La piedra estaba tibia a pesar de la sombra, eso la reconfortó, quiso ver a los ciervos y ya no estaban  pero en su lugar estaba su abuelo. El tomó a su nieta de la mano y le preguntó: -¿ Por qué tienes las hojas pegadas?- Yella contestó: -Porque toqué el tronco gomoso- dijo.

El abuelo la acercó al rió y le contó una historia verdadera.  Levantó la piedra tibia donde Leylén se había sentado un rato antes y  abajo apareció un cristal de Victoria, un huemul tallado en color caramelo. !Pobre figurilla¡ estaba rota. Cuando alguien se acerca a esta piedra -dijo el abuelo- el bosque calla y se llena se potentes bramidos de huemules porque hace mucho, el líder de la manada que habitaba la isla Victoria, fue muerto por un cazador que lo quería de modelo para los cristales que fabricaba en la isla.  Y....  desde entonces el río suena a vidrios rotos. Y -¿Sabes por qué? - preguntó el abuelo.

Porque el  fabricante, al terminar su obra de arte llevó la pieza, su cristal de Victoria y la puso bajo la piedra donde murió el animal. Porque desde que mató al huemul, no podía dormir.
-¿Es verdad?- preguntó con asombro Leylén.
-!Sí¡- contestó su abuelo.Y volviendo por el sendero estrecho, cuesta arriba, entre alerces, enredaderas y piedras, volvieron a la casa a dormir la siesta y a lavarse las manos llenas de hojas de alerce.