Una cita amorosa con la misma mujer cada semana, lo sustraía de su genialidad. El lápiz pintor se dormía sobre la hoja pues, toda la ilusión y la agresividad del trazo, se la había tragado la noche sin descanso. Al intentar un solo dibujo aparecía el desgano y la distracción un día después.
Adoraba y repulsaba con la misma intensidad a su Venus nocturna, a Violeta, por esa misma razón, la eliminaría de su vida.
La ausencia del pintor llamó a la duda a la venusina, sentía que los lazos eran mas fuertes de lo que imaginaba. Esos encuentros, los hacía fuera de su casa, donde vivía con una hermana que ni sospechaba del asunto. En esos días de nerviosismo habían tenido un roce por un chal, que adornaba el pie de la cama de Violeta y no estaba en el lugar de siempre; triquiñuelas del sistema nervioso que suenan como timbre de la angustia, la hermana la había mirado con intriga pero nada le hacía sospechar pasión o enamoramiento.
Violeta, inmediatamente, decidió ir al estudio del pintor, al estudio de Leonardo. Golpeó la puerta, no fue respondida y desde el fondo de la mirilla se esfumó la respuesta. Es que la indiferencia no es una Musa, es una reacción contraria al amor, desestabilizante y coladora por donde se que escurre la armonía. Leonardo se volvió con el pincel en la mano y dirigiéndose al estudio, una habitación cargada de color y luz, miró con atención las pinturas, testimonios de cómo ve él al mundo.
Violeta, la seductora, insistió día tras día, a diferentes horas. Se vestía como a él le gustaba, con colores pastel e insinuantes rojos en su ropa interior. Cualquiera pensaría que es una ligera pero no, es una de esas mujeres que sin proponérselo se enamora sin remedio, se le da vuelta la vida en un instante y pasa a la categoría de las dichosas, esas que guarecidas en su vida vulgar, el amor las despierta como quien encuentra una joya y no hay a quien devolverla y éso sólo cambia la vida sin que nadie lo advierta. A Violeta esos días le zumbaban los oídos, el suelo parecía tener bajo sus pies ondulaciones que de pronto eran pesadas subidas o peligrosas bajadas, las avenidas la ensordecían con tal vibración, que sentía el desmayo en su interior. El malestar llegó hasta penetrar en la vida de su hermana que muy pronto erizada de disgusto le pidió que se fuera. Violeta no tenía columna de apoyo, no sabía que hacer, por eso salió a caminar sin rumbo cuando lo vió venir despreocupado y empalidecer al verse cercado, sin salida y aun peor no tenía el argumento preparado, el temor le pedía a las piernas pintoras fugarse y al no poder hacerlo, su mente se enroscaba entre espinas para justificar su ausencia.
-Por fin te encuentro. ¿Porque me has ignorado? preguntó Violeta.
Cosa terrible es reclamar sin antes consultar el corazón o tal vez, dejar que el otro diga algo primero.
-He estado ocupado y en realidad no quiero verte mas. Soltó, como muñeco con disco.
La realidad es a veces tan cruel y tan perversa que sólo se tiene el corazón. La seductora, era ahora un nudo de lágrimas, y entrecortadas palabras superaban el desborde de angustia que tanto deseaba aniquilar.Una usina de dolor alimentaba una mente sin registro de culpas. Fue entonces que tratando de recobrar la sensatez tragándose las lágrimas lo besó en la boca aumentando mas la angustia, porque en la boca es donde saboreamos la perfidia o el amor.
La mente creativa de Leonardo que se enroscaba entre espinas no hallando razones, sólo sensaciones del día después profirió sin mas:
-Eres demasiado para mi color, me hurtas la magia, me quitas las horas, me pierdo contigo. susurró el pintor.
-Yo no pretendo quitarte nada, pues todo lo vivido es nuestro, no tuyo. Si crees que yo velo tu trabajo, tu eres un ladrón de corazón. Al fin pudo decir algo la seductora, algo que acababa de sentir.
La joya que adornaba sus vidas se les escapaba de las manos, la ahora pálida figura, abandonó el lugar de la calle malograda y desviando su angustia, buscó sus cosas en casa de la hermana y se marchó.
Tembloroso, Leonardo volvió a su taller, revisó sus telas mientras crujía el piso de su departamento, veía a sus aladas mujeres y en todas estaba la suavidad de un amor correspondido. !Cómo se le había escapado tan fino detalle¡ Los mejores cuadros los había vendido con la sonrisa de Violeta plasmada en la tela o con sus ojos soñados, que entreabiertos guardan el calor de la esperanza.
Se fue tras su agotadora de fuerzas, caminó por las calles deseoso de llegar y volver a besar, le corría un sudor helado recordar la dureza de las palabras. La buscó por todos lados, ya no estaba.
Tardó años en recuperar el halo de sus cuadros, sólo cuando aprendió a traer el recuerdo de las amorosas caricias, suaves como pinceladas que ella le daba y él dos días después volcaba en el lienzo.
Siendo ya un famoso, se desprendió del cuadro "Me hurtas la magia" a un comprador que dijo que la mirada de la sirena alada en cuestión se parecía a su amada, Violeta.
La angustia, hilandera de su vida, alcanzaba nuevamente a la seductora, cuando la miraba de frente en el living de su casa.
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Adoraba y repulsaba con la misma intensidad a su Venus nocturna, a Violeta, por esa misma razón, la eliminaría de su vida.
La ausencia del pintor llamó a la duda a la venusina, sentía que los lazos eran mas fuertes de lo que imaginaba. Esos encuentros, los hacía fuera de su casa, donde vivía con una hermana que ni sospechaba del asunto. En esos días de nerviosismo habían tenido un roce por un chal, que adornaba el pie de la cama de Violeta y no estaba en el lugar de siempre; triquiñuelas del sistema nervioso que suenan como timbre de la angustia, la hermana la había mirado con intriga pero nada le hacía sospechar pasión o enamoramiento.
Violeta, inmediatamente, decidió ir al estudio del pintor, al estudio de Leonardo. Golpeó la puerta, no fue respondida y desde el fondo de la mirilla se esfumó la respuesta. Es que la indiferencia no es una Musa, es una reacción contraria al amor, desestabilizante y coladora por donde se que escurre la armonía. Leonardo se volvió con el pincel en la mano y dirigiéndose al estudio, una habitación cargada de color y luz, miró con atención las pinturas, testimonios de cómo ve él al mundo.
Violeta, la seductora, insistió día tras día, a diferentes horas. Se vestía como a él le gustaba, con colores pastel e insinuantes rojos en su ropa interior. Cualquiera pensaría que es una ligera pero no, es una de esas mujeres que sin proponérselo se enamora sin remedio, se le da vuelta la vida en un instante y pasa a la categoría de las dichosas, esas que guarecidas en su vida vulgar, el amor las despierta como quien encuentra una joya y no hay a quien devolverla y éso sólo cambia la vida sin que nadie lo advierta. A Violeta esos días le zumbaban los oídos, el suelo parecía tener bajo sus pies ondulaciones que de pronto eran pesadas subidas o peligrosas bajadas, las avenidas la ensordecían con tal vibración, que sentía el desmayo en su interior. El malestar llegó hasta penetrar en la vida de su hermana que muy pronto erizada de disgusto le pidió que se fuera. Violeta no tenía columna de apoyo, no sabía que hacer, por eso salió a caminar sin rumbo cuando lo vió venir despreocupado y empalidecer al verse cercado, sin salida y aun peor no tenía el argumento preparado, el temor le pedía a las piernas pintoras fugarse y al no poder hacerlo, su mente se enroscaba entre espinas para justificar su ausencia.
-Por fin te encuentro. ¿Porque me has ignorado? preguntó Violeta.
Cosa terrible es reclamar sin antes consultar el corazón o tal vez, dejar que el otro diga algo primero.
-He estado ocupado y en realidad no quiero verte mas. Soltó, como muñeco con disco.
La realidad es a veces tan cruel y tan perversa que sólo se tiene el corazón. La seductora, era ahora un nudo de lágrimas, y entrecortadas palabras superaban el desborde de angustia que tanto deseaba aniquilar.Una usina de dolor alimentaba una mente sin registro de culpas. Fue entonces que tratando de recobrar la sensatez tragándose las lágrimas lo besó en la boca aumentando mas la angustia, porque en la boca es donde saboreamos la perfidia o el amor.
La mente creativa de Leonardo que se enroscaba entre espinas no hallando razones, sólo sensaciones del día después profirió sin mas:
-Eres demasiado para mi color, me hurtas la magia, me quitas las horas, me pierdo contigo. susurró el pintor.
-Yo no pretendo quitarte nada, pues todo lo vivido es nuestro, no tuyo. Si crees que yo velo tu trabajo, tu eres un ladrón de corazón. Al fin pudo decir algo la seductora, algo que acababa de sentir.
La joya que adornaba sus vidas se les escapaba de las manos, la ahora pálida figura, abandonó el lugar de la calle malograda y desviando su angustia, buscó sus cosas en casa de la hermana y se marchó.
Tembloroso, Leonardo volvió a su taller, revisó sus telas mientras crujía el piso de su departamento, veía a sus aladas mujeres y en todas estaba la suavidad de un amor correspondido. !Cómo se le había escapado tan fino detalle¡ Los mejores cuadros los había vendido con la sonrisa de Violeta plasmada en la tela o con sus ojos soñados, que entreabiertos guardan el calor de la esperanza.
Se fue tras su agotadora de fuerzas, caminó por las calles deseoso de llegar y volver a besar, le corría un sudor helado recordar la dureza de las palabras. La buscó por todos lados, ya no estaba.
Tardó años en recuperar el halo de sus cuadros, sólo cuando aprendió a traer el recuerdo de las amorosas caricias, suaves como pinceladas que ella le daba y él dos días después volcaba en el lienzo.
Siendo ya un famoso, se desprendió del cuadro "Me hurtas la magia" a un comprador que dijo que la mirada de la sirena alada en cuestión se parecía a su amada, Violeta.
La angustia, hilandera de su vida, alcanzaba nuevamente a la seductora, cuando la miraba de frente en el living de su casa.
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