Cuando el auto frenó y a la vez tocó bocina, una telaraña de voces perrunas se oyeron. Tres perros cruzaban la calle y otro, un pelicorto color miel, desde la vereda identificaba con el hocico el exceso de adrenalina que venía de la calle, mientras estiraba las dos orejas como almidón seco y abría los ojos exageradamente.
Los canes de la moderna civilización dejan oir sus reclamos, muestran curiosidad y asombro, imponen sus deseos casi arriesgando la vida por una perrita insignificante que en sus días briosos, atrae a los mas extraños personajes, guasos, cimarrones, mimosos, con pédrigue, cobardes y guardianes.
Seguí a la perrada con la mirada, marchaban ligerito a pata de perro hasta perderse entre las calles. Las bocinas y frenadas se repetían en cada esquina y el indeciso y prudente perrito miel, hechizado de curiosidad se quedó respirando un olor a ambrosía. Al final, abandonó su puesto y cruzó con el rabo entre las patas. Se animó, lo movía una envidia perruna, algo loco, una extraña manía de perro, incomprensible a veces.
Los canes de la moderna civilización dejan oir sus reclamos, muestran curiosidad y asombro, imponen sus deseos casi arriesgando la vida por una perrita insignificante que en sus días briosos, atrae a los mas extraños personajes, guasos, cimarrones, mimosos, con pédrigue, cobardes y guardianes.
Seguí a la perrada con la mirada, marchaban ligerito a pata de perro hasta perderse entre las calles. Las bocinas y frenadas se repetían en cada esquina y el indeciso y prudente perrito miel, hechizado de curiosidad se quedó respirando un olor a ambrosía. Al final, abandonó su puesto y cruzó con el rabo entre las patas. Se animó, lo movía una envidia perruna, algo loco, una extraña manía de perro, incomprensible a veces.
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