La casa sin
ocupantes por mas de veinte años guardaba una fascinación de baratija. Toda
clase de personas la miraban con codicia pero mas aún, aquellas que no poseían vivienda y nunca la tendrían.
Sucedió una vez, que los ladridos del perro vecino a la casa en cuestión, anunció el arribo de alguien, alguien que entraba rompiendo la cerradura y portando latas de pinturas y algo de material, un intruso.
Sucedió una vez, que los ladridos del perro vecino a la casa en cuestión, anunció el arribo de alguien, alguien que entraba rompiendo la cerradura y portando latas de pinturas y algo de material, un intruso.
El perro no
paraba de ladrar.
¡Shuuu,
shuuu! Ordenaba el intruso a callarse. Abrió la puerta y con todo coraje se
metió adentro dejando sus pertrechos en el zaguán y…con los ojos encandilados
todavía y tanteando, tropezó con una pila de diarios viejos, cayó al piso y se
levantó a su alrededor una gran polvareda de veinte años.
-¡Compré el
terreno! Gritó. ¡Ahora la casa es mía! Otro dicho popular lo alentaba.
El perro
seguía ladrando con insistencia ocultando los ruidos del invasor a otros
vecinos.
Buscó
afanosamente una ventana para abrir, pero una cortina de enredaderas y helechos
asustaron las manos, siguió tanteando mientras se le aclaraban los ojos
llorosos por el polvo.
Una pequeña
jungla de raras plantas crecía entre montículos de hormigueros. Se detuvo
pensativo, se dio ánimo porque sentía en la casa un leve y denso paso de araña.
El miedo no es sonso y unas gotas de sudor en sus axilas lo confirmaban.
Como en las
películas, idéntico terror lo asaltó al ver las telarañas dibujarse
propietarias de la oscuridad. A su juicio, no le cederían las depredadoras sus
bellos capullos e hilados maravillosos.
-Araña ¿Quién
te arañó? Otra araña como yo. Le grito el intruso aturdido con el ladrido del
perro.
La arañada
preparó la retirada al ver un palo haciendo círculos. El atacante salió de la
casa para romper la ventana desde afuera para que la luz invadiera el recinto.
El perro lo enloquecía.
Y…cuando el
triunfo fue suyo, una lacerante y dolorosa picadura en el cuello detuvo el
ladrido del perro y la respiración del intruso.
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