Agua y Cristo, dadores de vida.

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miércoles, 19 de marzo de 2014

EL INTRUSO (cuento breve)

La casa sin ocupantes por mas de veinte años guardaba una fascinación de baratija. Toda clase de personas la miraban con codicia pero mas aún, aquellas que no poseían vivienda y nunca la tendrían.
Sucedió una vez, que los ladridos del perro vecino a la casa en cuestión, anunció el arribo de alguien, alguien que entraba rompiendo la cerradura y portando latas de pinturas y algo de material, un intruso.
El perro no paraba de ladrar.
¡Shuuu, shuuu! Ordenaba el intruso a callarse. Abrió la puerta y con todo coraje se metió adentro dejando sus pertrechos en el zaguán y…con los ojos encandilados todavía y tanteando, tropezó con una pila de diarios viejos, cayó al piso y se levantó a su alrededor una gran polvareda de veinte años.
-¡Compré el terreno! Gritó. ¡Ahora la casa es mía! Otro dicho popular lo alentaba.
El perro seguía ladrando con insistencia ocultando los ruidos del invasor a otros vecinos.
Buscó afanosamente una ventana para abrir, pero una cortina de enredaderas y helechos asustaron las manos, siguió tanteando mientras se le aclaraban los ojos llorosos por el polvo.
Una pequeña jungla de raras plantas crecía entre montículos de hormigueros. Se detuvo pensativo, se dio ánimo porque sentía en la casa un leve y denso paso de araña. El miedo no es sonso y unas gotas de sudor en sus axilas lo confirmaban.
Como en las películas, idéntico terror lo asaltó al ver las telarañas dibujarse propietarias de la oscuridad. A su juicio, no le cederían las depredadoras sus bellos capullos e hilados maravillosos.
-Araña ¿Quién te arañó? Otra araña como yo. Le grito el intruso aturdido con el ladrido del perro.
La arañada preparó la retirada al ver un palo haciendo círculos. El atacante salió de la casa para romper la ventana desde afuera para que la luz invadiera el recinto. El perro lo enloquecía.
Y…cuando el triunfo fue suyo, una lacerante y dolorosa picadura en el cuello detuvo el ladrido del perro y la respiración del intruso.


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